Manifiesto del arte de los ruidos
por Luigi Russolo
Mi papá me ha contado que antes la vida era muy silenciosa, que en su infancia toluqueña reinaba un silencio muy difícil de encontrar en estos días, y que no había necesidad de estar hablando cuando la gente se reunía, se podía estar y acompañarse porque había mucho tiempo y no había una carrera por contarse todo de las vidas de cada quien o de la vida en general. El silencio no era incómodo. Puede que su obsesión con el silencio se deba a su hiperacusia, condición real que sufren muchas personas, pero lo que planteaba Luigi Russolo ya en 1916, sólo se ha ido acrecentando.
Estoy completamente de acuerdo con la idea de que el oído humano ha ido evolucionando de la mano del nivel de ruido en cada lugar y época, y no exclusivamente por el nivel de ruido sino por la importancia que han cobrado las imágenes en estas generaciones, la mía incluída. De hecho, la sobreestimulación a la que estamos expuestos hoy en día tiene que estar provocando algo más que diversión en nuestros organismos.
En lo personal, prefiero el sonido al ruido, difiero en la idea de que el sonido por ser del mundo musical es aburrido –aunque el esnobismo del que hablaba Russolo siga existiendo– y que el ruido nos acerca más a la vida misma porque nos acompaña siempre. Me parecen interesantes las composiciones con ruidos como pieza y las investigaciones sobre toda la gama de tonos que pueden existir y que puede percibir el oído humano o no; pero para acompañar mi ruidosa vida, prefiero música que se acomode a la situación y me haga sentir cómo quiero sentirme en el momento.
Nada me parece más tedioso que el ruido a medias, y la verdad a mí el silencio como inmensidad me produce terror, sólo estar debajo del agua con ondas sonoras más lentas ya me estremece. Valoro los momentos de tranquilidad en "silencio", eso sí, aunque requieran de tapones para los oídos.